Son muchos los recuerdos que viajan conmigo, y cada vez que salen a la luz se me escapan sonrisas. Gracias por cruzarte en mi camino y gracias por quererme. El cariño que te tengo sigue permanente a pesar de tu ausencia...
Querida amiga:
Se va acercando el día en el que el destino hizo que coincidiéramos en aquella cafetería en la que tú, tal y como me contaste tantas veces, ibas cada tarde a la misma hora con la excusa de tomar un café; aunque la verdadera razón por la que te sentabas en el mismo lugar de siempre era sentir ese cosquilleo que emergía de tu estómago cada vez que el camarero de ojos azules y achinados se cruzaba por tu mesa y, con su mirada, te mandaba mensajes de amor. Camarero que se convirtió en tu esposo y en el padre de tus niñas.
Yo entré en esa cafetería por casualidad, bueno más bien por necesidad. Estaba esperando a que mi padre saliera del trabajo y, cansada de observar el mismo paisaje aburrido y gris de naves industriales, me decidí a entrar para comprar unos chicles. Y ahí estabas tú, ajena a todo lo que pasaba en la cafetería y sólo pendiente del trajín que llevaba tu chico de un lado para otro, soltando y cogiendo tazas de cafés de las mesas al mostrador, del mostrador a la mesa.
El golpe que me di contra la silla libre de tu mesa hizo que te fijaras en mí. Nos miramos, te reíste de mí (cosa que no me importó en absoluto porque yo misma lo hice) y entonces comencé una conversación que duró horas. Esa silla nos hizo amigas, buenas amigas, confidentes de secretos y muleta de apoyo en los días en los que todos y todo se enfadaban con nosotras.
Querida amiga:
Se va acercando el día en el que el destino hizo que coincidiéramos en aquella cafetería en la que tú, tal y como me contaste tantas veces, ibas cada tarde a la misma hora con la excusa de tomar un café; aunque la verdadera razón por la que te sentabas en el mismo lugar de siempre era sentir ese cosquilleo que emergía de tu estómago cada vez que el camarero de ojos azules y achinados se cruzaba por tu mesa y, con su mirada, te mandaba mensajes de amor. Camarero que se convirtió en tu esposo y en el padre de tus niñas.
Yo entré en esa cafetería por casualidad, bueno más bien por necesidad. Estaba esperando a que mi padre saliera del trabajo y, cansada de observar el mismo paisaje aburrido y gris de naves industriales, me decidí a entrar para comprar unos chicles. Y ahí estabas tú, ajena a todo lo que pasaba en la cafetería y sólo pendiente del trajín que llevaba tu chico de un lado para otro, soltando y cogiendo tazas de cafés de las mesas al mostrador, del mostrador a la mesa.
El golpe que me di contra la silla libre de tu mesa hizo que te fijaras en mí. Nos miramos, te reíste de mí (cosa que no me importó en absoluto porque yo misma lo hice) y entonces comencé una conversación que duró horas. Esa silla nos hizo amigas, buenas amigas, confidentes de secretos y muleta de apoyo en los días en los que todos y todo se enfadaban con nosotras.